¿Romperá la izquierda el circulo vicioso neoliberal?
- Luis Onofa

- 19 ago 2024
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En el calendario laico de los ecuatorianos, agosto debería ser un mes de aniversario del desencanto, la frustración y la desesperanza. Pero el discurso oficial suele recordarlo como el del retorno a la democracia, a secas. En un mes como este, hace 45 años el país volvió a los gobiernos civiles producto del voto popular, tras siete años de regímenes militares, y luego de un proceso cuyos gestores le prometieron al pueblo, poco menos que el paraíso.
Este largo período ha estado marcado por discursos hegemónicos liberales en la política y neoliberales en la economía, promovidos por los grupos económicos e ideológicos, también hegemónicos, que a su turno le presentaron al país fórmulas que resolverían sus problemas de subdesarrollo. Esos discursos estuvieron apenas matizados por la opción de que otro modelo económico era posible.
Cuarenta y cinco años después, el Ecuador sigue marcado por la pobreza, la concentración de la riqueza en pocas manos, un escaso desarrollo económico, una frecuente inestabilidad política, y desde hace poco por la inseguridad.
En 1984 prometieron que el industrial guayaquileño León Febres Cordero, con su experiencia en gerenciar empresas, daría a los ecuatorianos pan, techo y empleo. Febres Cordero, terminó su mandato sin haber plasmado alguna de esas promesas y con el saldo de una tensión política que dejó muchos muertos y heridos en combates armados entre las fuerzas del orden y una organización política alzada en armas, e inclusive una rebelion militar.
En 1992, una derecha quiteña de talante moderado le presentó al país a Sixto Durán Ballen, que una vez en el gobierno liberó de controles al sector financiero, con lo que sentó las bases del colapso bancario de 1999 y del fin de la moneda nacional. Su secuela fue la mayor diáspora conocida hasta entonces por el país: millones de ecuatorianos emigraron a Europa, particularmente España, en el afán de recomponer sus licuadas finanzas familiares.
En 1996 le tocó el turno al breve gobierno de Abdalá Bucaram, que con un discurso reivindicador de las necesidades populares ocultó el respaldo de los grandes grupos económicos que tenía detrás. Con él empezó la aguda inestabilidad política con la que Ecuador cerró el siglo XX.
En 2021 advino la fórmula del banquero Guillermo Lasso que, avalado por la leyenda de haber fraguado su fortuna a pulso y de la nada, propuso recomponer el país en cien minutos. En su inconcluso mandato continuó asfixiando la caja fiscal y aumentando el desempleo, como lo había hecho su antecesor Lenin Moreno, quien ganó las elecciones de 2017 con un discurso y apoyo progresistas, pero terminó traicionandolos, y también cooptado por la derecha guayaquileña.
En 2023, en medio del estupor del país por el inesperado magnicidio del que fue víctima el candidato presidencial Fernando Villavicencio, apareció Daniel Noboa, fraguado en la mayor fortuna bananera del país, a quien pronto lo asumieron como representante de las nuevas generaciones de votantes, cuya frescura acabaría no solo con políticos “rancios” sino también con la “dinosauria” utopía socialista. El joven mandatario, ha hecho honor a su extración de clase: mantiene intocadas las obligaciones tributarias de algunos de los grandes grupos económicos y está cargando sobre los consumidores de estratos medios y populares el costo del combate a la inseguridad y el pago de las deudas y desembolsos fiscales retrasados.
En años recientes, la estrategia neoliberal ha optado por el discurso del odio político contra el progresismo, que por breves lapsos históricos ha gobernado el país, en el afán de contener su retorno.
El casi medio siglo de democracia liberal ha sido un período al que podría aplicársele aquella frase que hace más de dos siglos acuñó alquien al proceso independentista: “Último día de despotismo y primero de lo mismo”.
El país se apresta a volver a las urnas en 2025. Las fuerzas progresistas tienen la responsabilidad de romper el círculo vicioso neoliberal.




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