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¡VIVA QUITO!

  • Foto del escritor: Luis Onofa
    Luis Onofa
  • 5 dic 2024
  • 4 Min. de lectura
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En diciembre los quiteños de nacimiento y los nacidos fuera, pero viven en esta ciudad, engavetan sus tragedias y sus conflictos y se van de fiesta, al grito de ¡Viva Quito! Es un grito que podría decir mucho, porque tras ese grito estaría la historia de una ciudad protagonista de grandes acontecimientos políticos y culturales.  Pero dice poco porque ahora la fiesta está vaciada del debate sobre el significado de la fecha de conmemoración y sobre su identidad, que es un conflicto aún irresuelto.


La instauración de la celebración, hace apenas un poco más de sesenta años, creó un escenario festivo, pero también hizo más visible una herida colectiva no cicatrizada.  Es la fecha en la que los conquistadores españoles entraron en Quito y arrebataron de manera violenta al originario pueblo quitu tierras que ancestralmente fueron suyas, y destrozaron su cultura.


El conocido poeta, escritor e intelectual ecuatoriano, Jorge Enrique Adoum se refiere así al carácter que tuvo ese período de la conquista y el comienzo de la colonización: “Y un día, sin consultarnos/al otro lado del océano, el Rey de España dijo/que todo esto era suyo y decidió que le pertenecía/y envió virreyes, alguaciles, capitanes, soldados...” “Conquistadores/ y eclesiásticos se repartieron los solares, y hasta las pendientes/ y quebradas que bajan y suben por entre las montañas/en donde está, serena, Quito: "Caen sobre ella, luego se asombran,/se detienen, calman sus lenguas.”


El escritor uruguayo Eduardo Galeano se refiere también al significado de la conquista española sobre la cultura de los pueblos del Abya Yala en estos términos: “… los nativos, que eran indios… descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo… (que) había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la luna que la moja.”


En efecto, Rumiñahui, el último defensor de Quito fue apresado y quemado vivo, como lo fue Atahualpa, el último inca del Tahuantinsuyo, también quiteño. Fue una práctica generalizada de los conquistadores contra los pueblos originarios del Abya Yala. De manera parecida procedieron con Cuauhthemoc en México. Por ello y por otros muchos excesos de los conquistadores, Manuel López Obrador, cuando fue presidente de ese país, pidió al Estado español que presentara disculpas a su pueblo. Los mexicanos siguen a la espera de una respuesta.


Pedir enmienda a un comportamiento que no se concilia con la historia no es desconocer el mestizaje ni tampoco irse contra el pueblo español. Al contrario, es darle a ese mestizaje un sólido soporte de una legitimidad, que por ahora está en cuestión.


En Ecuador, en lugar de exigir a España reparos, se celebran las fundaciones españolas de muchas ciudades, sin reflexión alguna, porque no solo Quito festeja la entrada de los conquistadores a sus tierras; también Guayaquil y otras capitales de provincia lo festejan.


Hubo un tiempo en que el debate sobre el momento escogido para celebrar a Quito fue intenso, y en un esfuerzo por pagar una deuda que tampoco era suya, el municipio de la capital incluyó en la agenda de la fiesta un acto específico para rendir homenaje a Rumiñahui, el último defensor de la ciudad frente a los conquistadores españoles. Pero, poco a poco, ese acto ha palidecido en medio de la euforia de los celebrantes.


La fiesta es excluyente. De ella no participan ni siquiera los indígenas que viven en Quito y menos del resto del país, porque tampoco han sido convocados. Pero los pueblos originarios no desean celebrarla, porque la fecha es una de las tantas de genocidios y magnicidios que cometieron los conquistadores españoles no solo en lo que hoy es Ecuador sino en toda el Abya Yala ocupada por los imperios ibéricos. Los indígenas prefieren mantenerse en resistencia.


Quito se asume mestiza en su arquitectura religiosa y en su literatura. Pero deja de ser tal cuando relega a los pueblos originarios de la ciudad en su vida cotidiana, y algunos quiteños pretenden negarles derechos en la política y amenazan con expulsarlos o negarles entrada a “su ciudad”, si osaran venir a ella en actitud de legítima demanda o protesta.


El “mestizaje solo puede nacer de la interpenetración de las matrices culturales originarias de unos y de otros” y también políticas, sostiene el cubano Roberto Fernández Retamar al abordar el tema en América Latina y el Caribe, incluidas las Antillas.


Los creadores de la fiesta de diciembre, formados en el pensamiento neocolonial, no consideraron las complejidades históricas, sociológicas y culturales que implicaba instaurarla el seis de diciembre de cada año. Solo pensaron en celebrar a su ciudad. Tenían derecho.


Pero quizá habría sido mejor buscar otra fecha histórica entre tantas que abundan en una ciudad insurgente como Quito: la revolución de los barrios de Quito, de mayo de 1765; el 10 de agosto de 1809; el 24 de mayo de 1822, todas ellas son sucesos de ruptura con el colonialismo español.


Podían haber escogido el natalicio de Eugenio Espejo, el primer quiteño que expresó identidad histórica con la ciudad y que bregó por sacarla del oscurantismo colonial, lo que le generó enemigos y le llevó a la muerte.


“El genio quiteño lo abraza todo, todo lo penetra, a todo lo alcanza”, escribía en Primicias de la Cultura de Quito, en el contexto de un elogio a los artesanos y la artesanía producida en la ciudad. Y los describía como gente de “dicho agudo, la palabra picante, el apodo irónico, la sentencia grave, el adagio festivo…” Además, reflexionaba que si ese era “el quiteño nacido en obscuridad”, sería mejor el nativo de la ciudad “de comodidad, de educación, de costumbres y de letras.”

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